Diario de Viajeros.Vero y Nacho. Primer día en Panamá.

Aquí ya casi se ha puesto el sol. Un sol que sale a las 6 de la mañana y se pone pasadas las 18. Algo raro para nosotros, que en verano estamos acostumbrados a que haya luz hasta bien tarde. Hoy amanecimos bien temprano. Luego de prepararnos el mate vinimos para el patio del hostel,

Aquí ya casi
se ha puesto el sol.
Un sol que sale a las
6 de la mañana y se
pone pasadas las 18.
Algo raro para nosotros,
que en verano estamos
acostumbrados a que
haya luz hasta bien tarde.
Hoy amanecimos bien

temprano. Luego de prepararnos el mate vinimos para el patio del hostel, que
tiene piso de piedritas, las paredes pintadas con flores y camas paraguayas y
mesitas de madera. Cuando llegamos sólo había una chica rubia escribiendo y
escuchando música.

Le ofrecimos un mate y aceptó. Y cuando Vero se acercó se dio cuenta que no
estaba escribiendo sino que nos estaba dibujando, y que lo hacía porque estaba
cargando su cámara de fotos. Así que ahí estábamos los dos, con nuestra palmera
de fondo y  el termo rojo arriba de la mesa.
Al rato cayó un señor rubio y de piel blanquísima que se prendió un cigarrillo y
nos regaló una sonrisa.  Fue un momento confuso, donde al mismo tiempo que le
ofrecí un mate él me preguntó la hora. Como yo no tengo reloj le extendí la
pregunta a Vero y ella respondió que las 7.40. Entonces le dije que no puede ser
porque nos habíamos levantando a las 9. Pero ella ya había comprendido y me miró
y ahí yo también comprendí: nunca habíamos cambiado la hora del celular que
nos sirve como despertador, de modo que no eran las 9 sino las 7. ¡Y encima
domingo que está todo cerrado! Pero como estamos intentando crear una onda
zen, nos lo tomamos con humor y aprovechamos para matear largo rato y
preparar el día.
Salimos caminando por la cinta costera (así le llaman) y llegamos hasta el Casco
Viejo, que vendría a ser como un San Telmo pero 300 años más viejo y sin ningún
plan de restauración, así que allí todo está como abandonado y a punto de caerse
sobre tu cabeza.
Luego de mucho andar entramos a una Iglesia para descansar. Y allí pensé que qué
increíble que había sido la conquista española, que había arrasado no sólo con los
recursos naturales y con la vida de miles de hombres y mujeres que habitaban estas
tierras, que no es poco, sino que además había conquistado las conciencias. Y lo
pensé al ver a un panameño que entró, dibujó una cruz en su pecho y se sentó.
Creo que ese pensamiento surgió porque acá la herida de la España militar y clerical
está tan abierta que aún sangra. Y si hablás con cualquiera en la calle, el tema sale,
y cuando decimos que somos argentinos, nos dicen ¡el Che! No me sorprende. Acá
la historia de la colonia y los embates del imperio han dejado más huellas que en
nuestro país, donde quienes escribieron la historia preferían creerse pedazos de
Europa metidos en América que reconocerse latinos.
Luego fuimos a comer a un sucucho que nos llevó un linyera que nos cruzamos en
una plaza. Comimos estofado con puré y un agua mineral, todo por 3 dólares.
Salimos pipones y tomamos un bondi (llamados “diablos rojos”) para ir a la punta
de la ciudad, donde alquilamos bicicletas para recorrer una zona linda de restaurantes
y bares. Una vez que devolvimos la bici, buscamos una sombra y nos echamos a
dormir una siestita.
A la vuelta compartimos taxi con Alan y Sandra, dos colombianos que conocimos
en la parada y que se encargaron de chamuyar al taxista para que nos lleve por
un dólar.
Y ahora estamos en el patio tomando unos mates y escribiendo. Vero en su cuaderno,
yo en la netbook. Alrededor mío la gente habla, pero no entiendo nada.  Son eslovenos,
rusos, alemanes, sudafricanos, italianos.
Finalmente el sol se puso y ya me cuesta encontrar las teclas. Así que apagaré esta
cosa y me iré para la cocina, donde me esperan unos camarones frescos que compramos
en el mercado de mariscos y que acompañaremos con arroz.
Nuestro primer día de viaje casi ha terminado.

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