Diario de viajeros. Vero y Nacho. «Sobre lo bizarro»

Cuando llegamos a Playa Jacó pensamos que estábamos llegando a un pueblo minado de gringos, como cualquier otro en Costa Rica que quede sobre la costa. No es que no sea tan así, de hecho hay muchos turistas, pero hemos encontrado un inusual refugio donde logramos mantenernos relativamente al margen. Se trata del único camping

Cuando llegamos a
Playa Jacó pensamos
que estábamos
llegando a un pueblo
minado de gringos,
como cualquier otro
en Costa Rica que
quede sobre la costa.
No es que no sea tan
así, de hecho hay
muchos turistas,
pero hemos encontrado un inusual refugio donde logramos mantenernos
relativamente al margen. Se trata del único camping del lugar. Decir que
esto es un camping es una concesión al nombre que lleva en la puerta porque,
a decir verdad, es de lo más precario que hasta ahora hemos visto.

Baños sin luz y llenos de mierda y mosquitos, poca seguridad (un portón de
reja que siempre está abierto nos separa de las calles), y a olvidarse de servicios
de almacén. Para ser más claro: se trata de un terreno inmenso que se encuentra
en el fondo de un restaurant. Parece que los dueños, sin saber qué carajo hacer
con esto, metieron tres postes de luz y clavaron el letrero en la puerta. Acá estamos
nosotros. Lo bueno, tengo que decirlo, es que pagamos seis dólares por persona
(muy barato para Costa Rica) y estamos a cincuenta metros del mar y veinte de la
calle principal. La rutina, como no podía ser de otra manera, consiste en una sesión
de surf que nos lleva toda la mañana y, al regreso, fruta y mate para recomponer
fuerzas.
No hay muchas cosas para hacer en Playa Jacó, así que a la tarde nos divertimos
jugando al chinchón y recorriendo el parque de diversiones que está enfrente nuestro.
Acá tengo que hacer un parate porque no soy claro cuando digo parque de diversiones
y ustedes acaso pueden pensar que hablo de algo parecido al Parque de la Costa o a
Disney. Nada más lejos. Porque no es, estrictamente, un parque de diversiones.
Tiene juegos como el barco y una montaña rusa (que da una vuelta)donde suenan
todos los tornillos, pero también tiene puestos de comida, actividades tipo kermese
(meta el aro en los palitos y gánese un oso peluche que no sirve para una mierda) y
barcitos donde, en algunos, hasta tienen el tupé de hacer karaoke. El que mejor
cantaba me hizo acordar a papá cuando, medio en pedo, agarra la guitarra en Año
Nuevo y le canta “Yo tengo unos ojos negros” a mamá.
Como sea, este paseo siempre es divertido. Ayer a la noche, comimos unos pinchos
de pollo y, como nos quedamos con hambre, le entramos a unos sandwichitos
mientras veíamos los autitos chocadores. Después discurrí un tiempo sobre el
concepto de lo mersa y lo bien que me sentía en esos escenarios.
Como a las 22 nos metemos en la carpa. A partir de ahí, se desata una lucha entre el
sueño y el hijo de puta que canta enfrente que te deja las orejas a la miseria.
Aunque él crea que canta bien.

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