Diario de viajeros. Vero y Nacho. «Santa Catalina».

Son casi las once de la noche y acabo de meterme en la carpa. Supongo que dejé pasar tres días enteros antes de publicar debido a que contar las peripecias en Santa Catalina me resulta un tanto complejo porque, en algún punto, encuentro situaciones que puedo juzgar hasta contradictorias. Cuando bajamos del bondi, además de


Son casi las once de la
noche y acabo de
meterme en la carpa.
Supongo que dejé pasar
tres días enteros antes
de publicar debido a
que contar las peripecias
en Santa Catalina me
resulta un tanto complejo
porque, en algún punto,
encuentro situaciones que puedo juzgar hasta contradictorias. Cuando bajamos
del bondi, además de nuestro equipaje natural cargábamos con un dato: ir a
“Donde Viancka”, un restaurant donde alquilaban un departamentito por 17
dólares. Pero cuando llegamos, por una razón poco clara, ese lugar ya no contaba
ni con heladera ni cocina, algo fundamental para nuestra vida viajera

Fue entonces que abortamos esa idea y salimos en busca de un camping que
terminamos encontrando sobre la playa. El sitio donde decidimos estaquear
nuestra tienda de campaña no podía ser mejor: debajo de un rancho de paja
(por si llovía, algo que finalmente sucedió en la segunda noche) y a metros del
mar. Para ser claro: cuando la marea sube, es decir todos los días a partir de las
15 y hasta pasadas las 21, el mar está a unos 3 metros de donde dormimos.

Lo negativo de este camping es que el servicio es pésimo y la atención peor.
Quieren cobrarte para todo y poco les interesa hacerte sentir cómodo. ¡No
tenemos siquiera una silla! Y cuando había sacado dos de una cabaña lindera
al segundo vinieron a reclamarla. Cualquiera.

Otra cosa un tanto rara es que para llegar a nuestro camping hay que atravesar
un arroyo. Cuando la marea está baja eso no es un problema, pero a la tardecita,
marea alta, la cosa se complica, como nos pasó hace un rato, y hay que sentarse
a esperar que la cosa baje porque el agua nos llega hasta el pecho y no hay luz.

Cuando el fuego crezca quiero estar alllí.

El hecho de no tener cocina hizo nacer en mi el instinto más primitivo y de este
modo se ma antoja hacer fuego para todo. Los que me conocen no se asombrarán
de mi conducta piromaníaca, pero Vero a veces se fastidia cuando quiero prender
fuego para calentar agua para el mate teniendo un anafe a disposición. Yo le explico
que la garrafa es para usar en casos de emergencia y que, si si puede hacer fuego,
hay que hacerlo. Una vez hecho, me gusta tirar un pollo, hacer fideos, saltear
cebolla, mirarlo, meterle más palitos y así estarle alrededor muchas horas,
sosteniendo  el ritual de estar cerca de él. Lo que más me gusta es dominar todo
con un palo mientras mateo sentado en un tronco.

Andy.

Andy es un  pibe de 26 años que trabaja en el camping, un lugareño que es
explotado por un tano hijo de puta que lo hace limpiar la playa al rayo del sol,
de las 7.30 de la mañana hasta las 17.30 por 10 dólares el día. De él nos hicimos
amigos. Cuando cae el sol y yo prendo fuego, Andy se acerca a matear y
a contarnos historias de la Isla donde vive, del destino de mierda de todos
sus amigos que son macheteros y que les pagan miserias y se su madre
que cocina empanadas para subsistir en un país que le abre las puertas al mundo
pero que no duda en pegarle portazos a los nativos. Una historia conocida,
claro, pero que en un país tan pequeño retumba y resalta los contrastes. De la
misma forma que en Playa Venao los israelistas eran dueños de todo, acá en
Santa Catalina, eso para con los tanos. Los nativos, cuando mucho, son sus empleados
o regentean alguna que otra fonda, que es donde comemos nosotros.

Andy sueña. Esa es una de las pocas cosas que aún no tiene vedadas. cuando era
chico soñaba con una novia gringa, algo q1ue con el tiempo, cumplió a medias
cuando estuvo de novio con una holandesa por una semana. Una chica de primer
mundo que le hizo creer, por esos días, que podía salir de este infierno. Aunque
después se acordó que ella pertenecía a otras costas y que tenía ganas de seguir
viajando.  Ahora Andy quiere viajar en bus. Dice que le gustaría hacerlo y que le
entusiasma la idea de subirse a un colectivo que lo lleve a México: una semana
sentado y viendo paisajes. Pienso ahora que lo escribo, que cada cual viaja y
sueña en función de sus realidades.

Las olas

Las olas son las grandes ausentes hasta el momento. Desde que llegamos el mar es
una pileta y eso nos ha desilusionado un poco. Hoy nos metimos, pero más para
despuntar el vicio que por otra cosa. Es una pena porque este es un destino que,
de haber olas, da para quedarse un tiempo. Mañana, seguramente, será nuestro
último día antes de partir hacia otra playa.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.