Diario de viajeros. Vero y Nacho. «Boquete».

Ayer a las 8 de la mañana abandonamos Santa Catalina y partimos hacia Boquete, un pequeño pueblo que se parece en todo a San Martín de los Andes, pero sin lago. Está situado en un valle y rodeados por montañas y un volcán, el Barú, que se encuentra a 3500 metros de altura. A Vero

Ayer a las 8 de la
mañana abandonamos
Santa Catalina y
partimos hacia Boquete,
un pequeño pueblo que
se parece en todo a San
Martín de los Andes,
pero sin lago. Está situado
en un valle y rodeados
por montañas y un
volcán, el Barú, que se
encuentra a 3500 metros de altura. A Vero le gustaron sus calles floreadas por Santa
Ritas y entonces, cuando había un sitio con muchas de diferentes colores me pedía
que le sacara fotos. Para que mi hermana me envidie, decía. Yo por dentro pensaba
que era ridículo que alguien pueda envidiar a otro por eso. Y verla a Vero paradita
como una nena me parecía más ridículo aún. Pero ella contenta.

A la tarde fuimos con Susana y su hermano Arturo (los dueños del hostal en
donde estamos) a conocer su finca de café. Nunca había estado en una plantación
de café y me sorprendí al notar que el grano es morado. A decir verdad, no tenía
ni remota idea acerca de dónde salía el café. Como decía, la planta tendrá poco
más de un metro y medio de altura y tiene granos verdes y granos morados. Estos
últimos son lo maduros y hay que sacarlos, para su refinamiento. Este trabajo,
claro, lo hacen los indígenas. No quiero resultar lastimoso en la escritura pero el
escenario era triste. Los trabajadores (¿pueden llamarse trabajadores a quienes
están más de 10 horas en una planta, expuestos al sol y a los químicos? ¿O debo
sincerarme y llamarlos esclavos?) cuelgan una bolsa de arpillera en su cintura y
allí van poniendo los granos que sacan y guay con tirar los verdes, porque un
capataz vigila de que todo se haga correcto. Luego esas bolsas se pesan y se vuelcan
a un camión que traslada eso vaya uno a saber. Cobran según lo que extraigan. Esta
gente, miembros de una comunidad indígena cuyo nombre ahora no recuerdo, no
habla con extraños. Cuando llegamos dijimos Hola, pero nadie nos respondió. Susana
notó esto y nos contó una anécdota que puede resultar explicativa: la semana
pasada fueron unos holandeses y al verlos llegar, los indígenas le preguntaban a
Susana que por qué traían a esa gente, si ellos querían matarlos. Cuando escuché
esto, sólo pude esbozar una mueca que aún no sé qué significa.
Cuando la pesada terminó, los indígenas se retiraron para sus chozas, adónde los
esperaban sus mujeres y sus hijos. Y hablo en plural porque la poligamia es una
práctica extendida en esta comunidad. Nosotros subimos en una camioneta hasta
la cima de la finca y tomamos vino y comimos nachos con queso hasta que el frío
nos devolvió a la ciudad.
Al regresar al hostal, y después de casi un mes, pudimos bañarnos con agua caliente,
una bendición para esta tierra fresca y lluviosa. Y recién terminamos de comer, así
que tengo la panza llena. Quiero tomarme un café, aunque cuando digo café pienso
más en lo que vi hoy que en una taza humeante. Esa imagen hace que elija irme a
dormir.

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