Julio, Agosto y Gerónimo. Recordando a Cortázar.

Muestra de pinturas en Fundación La Dulce, Fundación La Dulce invita a la comunidad a la muestra de pinturas del artista plástico necochense Gerónimo Duport el martes 23 de septiembre a las 18,30. También en esta oportunidad se recordara al escritor Julio Cortázar. Entrada libre y gratuita    

Muestra de pinturas en Fundación La Dulce,

Fundación La Dulce invita a la comunidad a la muestra de pinturas del artista plástico necochense Gerónimo Duport el martes 23 de septiembre a las 18,30.

También en esta oportunidad se recordara al escritor Julio Cortázar.

Entrada libre y gratuita

 

 

One Response to Julio, Agosto y Gerónimo. Recordando a Cortázar.

  1. bassi d.r. dice:

    A 100 AÑOS DEL NACIMIENTO DE JULIO CORTÁZAR
    Este artículo se publicó en el número 64 de “La Patria Grande” en abril de 1994. Aunque no estaba firmado, se nota en él la pluma inconfundible de Abelardo Ramos. Lo precedía el siguiente comentario: “A diez años de la muerte de Julio Cortázar ofrecemos el análisis de su libro “El Examen”. Esta novela fue escrita a mediados de 1950. No se llegó a publicar en vida del autor. La edición que comentamos lleva una nota de Cortázar que dice lo siguiente: “Publico hoy este viejo relato porque irremediablemente me gusta su libre lenguaje, sus fábulas y moralejas, su melancolía porteña, y también porque la pesadilla donde nació sigue despierta y anda por las calles”.
    Según el autor esa pesadilla era y es el peronismo.”
    UN CASO DE RACISMO LITERARIO
    La novela que comentamos describe el Buenos Aires de 1950 y los sentimientos que despertaba en el espíritu de Cortázar la presencia en el poder de Perón y del régimen que Perón encarnaba. Cortázar abandonó la Argentina en 1951. Se radicó en Francia, donde adquirió la ciudadanía del país.
    Es bastante conocido por el público que Cortázar, al cabo de unos años de vivir en París, manifestó simpatías por la revolución cubana y, en general, por algunos movimientos revolucionarios del Tercer Mundo, en lo posible, bien alejados de París.
    Su aversión por el peronismo, sin embargo, permaneció intacta, aunque el peronismo resultara ser la manifestación en la Argentina de esos mismos movimientos de liberación que Julio Cortázar decía admirar en otras partes.
    Esto era y es bastante corriente en los intelectuales de la pequeña burguesía que simpatizaban con la “revolución”, cualquiera sea su signo, a condición de que ella se encuentre bien lejos del domicilio donde viven.
    Antes de viajar a Francia y hacerse “izquierdista”, Cortázar había sido miembro conspicuo de los círculos más íntimos de Victoria Ocampo y de la revista “Sur”. Como debería saber la joven generación, “Sur” constituía el órgano literario de la élite cosmopolita que brilla en cada capital de América Latina. Tales círculos abominan del medio aborigen. Su quimera consiste en instalarse a vivir en los centros mundiales y huir de la aldea donde tienen la desgracia de haber nacido. Como dijo Borges tristemente, “somos europeos en el destierro”.
    Victoria Ocampo era una conocida estanciera y mujer ilustrada, dueña por cierto de un estilo bien argentino, que se había transformado en la Ninfa Egéria de las promesas literarias que aparecían en la Argentina hacia 1930. Julio Cortázar fue uno de ellos, hasta llegó a ser gerente de Editorial “Sur”.
    Pese a su superficial “cubanismo” e “izquierdismo” esta visión que Cortázar, tanto como Victoria Ocampo, tenían del país y en particular del movimiento popular peronista, no se modificó jamás.
    La novela póstuma que comentamos así lo consigna: El desconocido e irreconocible prologuista de esta edición, el señor Saúl Yurkyevich, que parece haber sido intimo de Julio Cortázar a juzgar con la familiaridad con que lo trata, nos informa en su prologuito lo siguiente: “No sin razón Julio consideraba “El Examen” metáfora premonitoria del descalabro nacional. Escrita antes de la muerte de Eva Perón trasunta un período convulso y carnavalesco de turbamulta, de idolatría tumultuosa y de rituales populistas. “El examen” es la respuesta literaria al estimulo de una realidad hostil. Preanuncia fantasiosa, grotescamente, el terrible colapso que vendrá después”.
    No carece de razón el fortuito prologuista. Nadie mejor que el propio Cortázar para darnos una idea del país en el año que escribió esta novela. Veamos solo una página, decididamente válida para una futura antología del racismo y machismo literario:

    “- Y vos, ratoncito…
    – Ay, cronista, solo los provincianos, a veces, muy a veces, se arman una pobre culturita autónoma. Fijate que no digo autóctona porque…pero en fin, con gran preponderancia local. ¿Hacen bien, cronista, hacen bien, a vos te parece que hacen bien?
    – Te contradecís –opinó el cronista- es posible especializarse en lo local pero una cultura es por definición ecuménica. ¿Debo traducir mis términos? Solo en segunda etapa se puede valorar lo propio. Yo entiendo a Roberto Payro porque me tengo leído mi Merimé y mi Addison y Steele.
    Quedarse en lo inmediato y creer que se tiene bastante es condición de molusco y de mujer, con perdón de las damas presentes.
    -Es tan triste cronista –dijo Juan suspirando- es tan triste sentirse parásito. Un chico inglés es en cierto modo el soneto de Sidney, los parlamentos de Porcia. Un cockney es tu “London again”. Pero, yo que los quiero tanto, que los conozco tanto, yo que soy este puñadito de poemas y novelas, yo soy nada más que La Cautiva, el gaucho retobado, el Cascabel del Halcón, Erdosain…
    -Me parece mezquino quejarse así –dijo Clara enderezándose- No es propio de un hombre como vos que pelea para lograr la poesía que le interesa.
    -Todo bien mirado –dijo Juan, amargo- nada tiene de brillante pertenecer a la cultura pampeana por un maldito azar demográfico.
    -En el fondo, ¿Qué te importa a qué cultura perteneces, si te has creado la tuya lo mismo que Andrea y tantos otros? ¿Te molesta la ignorancia y el desamparo de los otros, de esa gente de la Plaza de Mayo?
    -Ellos tienen quimeras –dijo el cronista- y son de aquí, más que nosotros.
    -No me importan ellos –dijo Juan- me importan mis roces con ellos. Me importa que un tarado, que por ser un tarado es mi jefe en la oficina, se meta los dedos en el chaleco y diga que a Picasso habría que caparlo.
    Me jode que un Ministro diga que el surrealismo es…
    Pero para que seguir. Para qué.
    Me jode no poder convivir, ¿entendes?. No-poder-convivir.
    Y esto no es un asunto de cultura intelectual, de si Braque o Matisse, o los doce tonos o los genes o la archi Medusa. Esto es cosa de la piel y de la sangre. Te voy a decir una cosa horrible, cronista, te voy a decir que cada vez que veo un pelo negro lacio, unos ojos alargados, una piel oscura, una tonada provinciana, me da asco. Y cada vez que veo un ejemplar de hortera porteña me da asco.
    Y las catitas me dan asco. Y estos empleados inconfundibles, esos productos de ciudad con su jopo y su elegancia de mierda, y sus silbidos por la calle, me dan asco.
    -Bueno, ya entendemos – dijo Clara- no nos vas a dejar ni a nosotros.
    -No- dijo Juan- porque los que son como nosotros, me dan lastima.”
    Resulta instructivo este testimonio. No solo por el racismo anticriollo de este “progresista” sino porque expone los mismos sentimientos de la intelectualidad argentina hechizada por las luces falsas de una Europa mítica. Una Europa que, por lo demás, ayer y hoy los desprecia, alzándose de hombros frente a ellos. Siempre considero “metecos” a inmigrantes y arribistas oriundos de las colonias, así como a Cortázar le repugnaban los “cabecitas negras” que veía reunidos en la Plaza de Mayo y por los que sentía asco.
    Inconfesables repulsiones análogas expresaría Exequiel Martínez Estrada en su libro posterior a la caída de Perón, publicado en 1958, titulado “¿Qué es esto?” y que revelaba hasta que punto, este tipo de intelectual mantenido por el patriciado en las habitaciones de servicio de “La Nación”, en la cátedra universitaria o en la revista “Sur”, buscaba la mirada aprobatoria del patroncito compartiendo sus odios esenciales.
    También Ernesto Sábato, en su libro “La otra cara del peronismo”, afirmaba que las masas populares de 1945 estaban inspiradas por el resentimiento.
    Jauretche les contestó en 1957 que no las empujaba el resentimiento, sino la esperanza.
    Se comprende muy bien que la sed de universalidad de Cortázar lo llevará a emigrar de la Argentina y a radicarse en Francia. Algunos años después dijo que había abandonado el país (en realidad, como él mismo lo dice en el texto que acabamos de transcribir: ser argentino es “un puro azar demográfico”) porque “los bombos peronistas le impedían escuchar los cuartetos de Bela Bartok”.
    Desde París esta filosofía confortable le permitió ser revolucionario en La Habana, reaccionario en la Argentina y feliz ciudadano francés al margen de las tempestades. Esclavo y maestro de la nada, Cortázar reflejaba en sus últimos libros el auge del Tercer Mundo en los caprichos ideológicos de la pequeña burguesía. Hoy, como Octavio Paz, Cortázar, si viviera, estaría algo más liberal. De ahí el acierto póstumo de este libro que expone su verdadera naturaleza política y literaria.

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