Diario de viajeros. Vero y Nacho. «Desde afuera»

Luego de pasar unos días increíbles junto a Leonardo y su familia en Pavones decidimos continuar nuestro viaje. El lugar elegido fue Dominical, un balneario que se encuentra sobre la costa pacífica y casi en la mitad del país. Si de Boquete pude decir que era San Martín de los Andes, a Dominical debo caracterizarlo

Luego de pasar unos
días increíbles junto
a Leonardo y su familia
en Pavones decidimos
continuar nuestro viaje.
El lugar elegido fue
Dominical, un balneario
que se encuentra sobre
la costa pacífica y casi
en la mitad del país.
Si de Boquete pude decir
que era San Martín de
los Andes, a Dominical
debo caracterizarlo
como lo más parecido
a Cariló, pero con mucha
onda surfer. Parece rara la mezcla, pero se explica por los siguientes
ingredientes: turistas (no viajeros) en su mayoría gringos que vienen
de vacaciones (de joda, digamos); bares sobre la playa, música de moda;
olas gigantes y un clima de 30 grados sea día o noche. Esto genera que
todo sea muy caro (Costa Rica es carísimo en general), y que muchos
surfers pudientes vengan a pasarse unos lindos días de olas y fiesta.
Nosotros, que curtimos otra onda, tratamos de aprovechar para caminar
por sus callecitas de arena que se doblan como serpientes y que están
abarrotadas de artesanos, para leer en las camas paraguayas del camping,
para conversar con los pocos viajeros y recabar información sobre próximos
lugares, y para disfrutar de la playa, donde los atardeceres son ideales para
matear (la birrita, obvio, es muy cara).

Lo que todavía no podemos
digerir es el tamaño de las olas.
Esta es la primera vez que nos
quedamos viéndolas desde la
orilla. Tienen entre tres y
cuatro metros y, claramente,
nuestro nivel no nos permite
meternos a correr esas paredes
de agua que asustarían a cualquiera.
Es una lástima porque todo está
pensado para estar dentro del agua,
además de que venimos corriendo
diariamente y con muy buen nivel. De todas formas, supongo que reconocer las
limitaciones de cada uno es una virtud. O en criollo: soldado que huye, ¡sirve
para otra guerra!

Cuando el sol se va

Es una costumbre, en los pueblos
costeros de Costa Rica, salir a ver
la puesta del sol. La gente abandona
sus quehaceres para tomarse unos
minutos y despedirlo. Son cinco o
diez minutos de un fuerte contacto
con la naturaleza, viendo como el
sol se guarda dentro del mar dejando
atrás un cielo multicolor, por
momentos naranja, por momentos
rosa, por momentos amarillo y
violeta. Familias enteras, grupos de amigos, empleados que se toman un break: todos
descalzos sobre la arena, algunos abrazados, en silencio, contemplando tamaño
espectáculo natural

 

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