Diario de viajeros. Vero y Nacho. «Hijos»

Luego de caminar el pueblo en busca de un sitio en donde alojarnos dimos con un pequeño hostel llamado Mamá Sara, lo que significa dos cosas: por un lado, el nombre de la dueña; por el otro, su condición de madre. Desde que estamos acá no sólo notamos que llama hijos a todos sus huéspedes sino

Luego de caminar
el pueblo en busca
de un sitio en donde
alojarnos dimos con
un pequeño hostel
llamado Mamá Sara,
lo que significa dos
cosas: por un lado,
el nombre de la
dueña; por el otro,
su condición de
madre. Desde que estamos acá no sólo notamos que llama hijos a todos
sus huéspedes sino que además nos trata como tales. Ayer, ni bien llegamos,
nos recibió con limonada fresca y hoy, antes del almuerzo, preparó sopa de
verduras para todos. Una santa.
Su hijo Ramón, que tiene 22 años y estudia inglés, hoy nos llevó a Vero, a mi
y a dos huéspedes franceses (Michel y Benjamín, padre e hijo respectivamente)
a conocer unas pequeñas playas de difícil acceso. Fueron cuatro horas de
caminata que nos dejó exhaustos y agradecidos por el gesto desinteresado
de este muchacho que orgullosamente nos mostró rincones de su ciudad.
¡Y hasta nos sorprendió cuando en medio del paseo sacó de su mochila unos
sándwiches de pollo que había llevado para cada uno!

Los cuidados
En un momento de la tarde decidimos ir a ver una pequeña entrada que hace
el mar en la costa, donde tal vez podríamos meternos a nadar, cosa que
finalmente no sucedió.

Michel estaba cansado y
decidió quedarse junto
a unas rocas, para
descansar. Fue en ese
momento, cuando se le
aparecieron dos jóvenes
y, aprovechando que se
encontraba solo en medio
de la nada, le robaron su
cámara de fotos y cien
dólares. Por suerte, sólo
fue eso. Un susto, no más,
pero que nos llevó a replantearnos cuestiones que tienen que ver con las cosas
que trasladamos a diario, el dinero con el que andamos y a ser más cuidadosos
con nuestras pertenencias.

La ciudad
Desde que empezamos el viaje, con excepción de algunas noches en Playa
Veano (Panamá), nunca habíamos tenido viento. Ayer a la noche comenzó a
soplar fuerte y hoy, la pucha, está imposible. El agravante es que acá las
construcciones son precarias y, por ejemplo, la cocina comedor del hostel no
tiene cerramiento y se expone, débil, ante la ferocidad del viento que te apaga
las hornallas, te tira las cosas de las mesa y te vuela la peluca. Esta situación,
debo reconocer, me hace acordar mucho a Necochea.
Estábamos viendo la puesta del sol, helado en mano, cuando otro argento se
acercó a entregarnos un volante. Era una invitación para ver una banda de
argentinos que tocaba a la noche en el barcito de enfrente. Así que allí fuimos
a verlos y a cantar nuestra música rioplatense que tanto nos gusta escuchar
cuando estamos lejos. Cuando hicieron un impasse en la presentación se
acercaron y charlamos un rato. Entre otras cosas nos contaron que vienen
viajando hace dos años y que viven de tocar donde los dejan.

 

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