La Zona Roja, donde vale todo y la Policía brilla por su ausencia.

NOTA QUE APARECE PUBLICADA HOY EN EL DIARIO CLARIN. ESCRITA POR EL PERIODISTA DULCENSE ESTEBAN MIKKELSSEN JENSEN. La noche es agradable. Las luces de los autos circulan casi sin pausa por la avenida Figueroa Alcorta, en los Bosques de Palermo. Al llegar a la esquina de Intendente Guerrico, frente al club GEBA, todo es oscuridad. Los árboles

NOTA QUE APARECE PUBLICADA HOY EN
EL DIARIO CLARIN.
ESCRITA POR EL PERIODISTA DULCENSE
ESTEBAN MIKKELSSEN JENSEN.

La noche es agradable. Las luces de los autos circulan casi sin pausa por
la avenida Figueroa Alcorta, en los Bosques de Palermo. Al llegar a la
esquina de Intendente Guerrico, frente al club GEBA, todo es oscuridad.
Los árboles no dejan pasar la luz de la única columna de alumbrado que
está a pocos metros. Entre ellos apareció uno de los cuerpos. El otro estaba
en una zona más luminosa, donde el movimiento de personas, pasadas las
diez de la noche, es nulo.

En esa boca de lobo es más que posible que nadie haya sido testigo de los
asesinatos, aunque deja muchas dudas que ninguno haya escuchado
los disparos
. Cuando uno cruza la avenida se encuentra con un submundo,
frente al Buenos Aires Lawn Tennis Club. Es la Zona Roja.

Hay unos 200 travestis y ‘dale que va’ para la oferta sexual y de droga.

Si uno se da una vuelta por el Parque Tres de Febrero puede toparse con
cualquier cosa, como con un taxista que dejó el auto en marcha y, presuroso,
se bajó los pantalones al lado de un árbol para hacer sus necesidades. La recorrida
a pie de dos cronistas de Clarín , dando la vuelta por el asfalto de la Avenida
de los Ombúes, se hace esquivando los charcos y el barro, porque llovió hace poquito.

La recepción es amistosa. “Me pareció ver un lindo gatito”, nos lanza
uno de los travestis, que con los tacos llega al metro noventa
, como la
mayoría. Otro hace una exhortación de una manera poco elegante, sin eufemismos,
aunque está claro: quienes frecuentan la zona no van en busca de un operativo
de seducción.

Dentro de la plazoleta Florencio Sánchez se ven 7 autos, todos bien puestos,
con las luces apagadas. Son clientes a los que les prometieron satisfacción
garantizada
. Y un muchacho al lado de su moto, de pie, apoyado en un árbol,
con los pantalones bajos hasta las rodillas, mientras mira hacia el cielo como
festejando un gol de Messi.

A mitad de la caminata, se empiezan a ver hombres nerviosos que emergen
de la oscuridad. Hablan brevemente con los travestis y ya no somos
bienvenidos.

Dos autos impecables están parados en la calle y no son de quienes van a pasar el
rato: sus patentes revelan que la salida de la concesionaria es reciente. Un travesti
está adentro de uno de ellos mientras escucha música a fondo y se pinta los labios.

Los autos siguen girando.

Un taxi para delante nuestro y sale un hombre que les habla fuerte y da indicaciones.
Todos hacen caso, porque a partir de allí ni nos miran.

Recién al final de la recorrida nos topamos con una sorpresa: un travesti
desnudo que nos ofrece sus servicios blandiendo uno de sus atributos.
Es uno de los más solicitados de la noche.

En una hora se ve un solo patrullero que pasa raudamente , hacia el Vilas Club.

La Policía es una estrella más que brilla en la noche, pero por su ausencia .
En la parada del 130 esperan hombres, mujeres y chicos que no tienen opción: el
espectáculo, por el que no necesitan tener un decodificador, son travestis exhibiéndose,
algunos totalmente desnudos.

Nadie dice haber visto los crímenes. Nadie se hace cargo.

Ahí adentro vale todo.

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