Diario de viajeros. Vero y Nacho. «Las Peñitas»

No exagero si digo que en Las Peñitas hemos encontrado el alojamiento más lindo desde que estamos de viaje. Es una casa muy limpia, con una amplia cocina y un living compuesto de sillones y algunas mesas. Lo curioso es que no tiene casi paredes, con excepción de la que nos divide con el vecino de la

No exagero si
digo que en Las
Peñitas hemos
encontrado el
alojamiento más
lindo desde que
estamos de viaje.
Es una casa muy
limpia, con una
amplia cocina y
un living compuesto
de sillones y
algunas mesas.
Lo curioso es que no tiene casi paredes, con excepción de la que nos divide
con el vecino de la derecha. El resto es alambrado que deja ver, hacia la
izquierda, un patio repleto de plantas y, hacia el frente, el mar inabarcable.
No hay vidrio, sólo alambrado. Y a continuación un estar sobre la arena
con sillas mecedoras y una hamaca paraguaya. Arriba, una terraza con
una mesa y reposeras. Parecería que estamos en un all inclusive, pero
nada más lejos. Aquí viven una pareja nica (así se los llama a los nativos)
y su pequeño hijo de tres años, que son  los cuidadores de este pequeño
hotel que, curiosamente, es lo más barato que  encontramos en nuestra
recorrida por el balneario.

Aquí llegamos hoy, luego de dos días en la histórica León y otros dos en
Pochomil, un pueblo costero que no tenía más para ofrecer que la gentileza
desmedida de quienes nos hospedaban. En León paramos en una casona
donde las cucarachas eran las que dominaban el espacio. De todas formas,
eso no nos quitó el sueño para poder recorrer durante dos días los museos
y las iglesias que se levantaban como verdaderos castillos arquitectónicos.
En una de esas visitas, le mencioné a Vero que nunca había estado en una
catedral tan imponente e inmensa como la de León. Y eso que conozco las
catedrales de Córdoba y Buenos Aires y la Basílica de Luján.

En Pochomil la cosa fue distinta.
Fuimos creyendo
que nos quedaríamos
varios días para
surfear pero nos
encontramos con
un mar turbulento
y tacaño de olas.
Tal vez fue esto lo
que nos empujó a
sumergirnos en la
lectura desmedida
de libros que habíamos
comprado en Managua
por dos mangos, entre ellos Recuerdo de la muerte de Miguel Bonasso, por el
cual pagamos 8 pesos nuestros.
Y ahora otra vez en el mar, en Las Peñitas, pisando la arena y escuchando el
ir y venir de las olas, todo el día, todo el tiempo. Mateando cuando se pone el
sol y apurando una birra tibia antes de cenar, achinando los ojos con
justificación cuando el sol de media mañana te hace dejarte de joder con la modorra.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.