Nicanor Olivera. Estación La Dulce. Nuestro pueblo, nuestro(s) nombre(s), nuestra identidad.
Para saber quiénes somos, es necesario conocer de dónde venimos.
Nuestro pueblo tiene una particularidad. Un nombre impuesto y otro por adopción, que ha trascendido más aún. De hecho nuestro gentilicio es dulcense y no olivarense. Ambos nombres nos identifican y nos representan. Y ambos nombres tienen un origen y un por qué. La Estación La Dulce, nació antes que el pueblo y tomó su sombre de una estancia de Nicanor Olivera. Esa estación le dio origen al pueblo. Ya llegaba el tren, el ramal que unía Tres Arroyos con Lobería, cuando en la Estación La Dulce paraba el tren, como en tantas otras y traía correspondencia o mercadería para la gente que trabajaba en las estancias de la zona.
Según el libro de Julio Maya, «Historia del Pueblo de Nicanor Olivera 1908-2008», señala en una parte que «El 12 de abril de 1908, se realizó el primer remate de solares, quintas y chacras, fecha que lógicamente debemos considerar como la de la auténtica fundación del pueblo»… En otro tramo del libro, Maya se refiere al origen de la familia Olivera y a por qué se elige tal nombre para este pueblo: «La antigüedad de la familia de los Olivera se remonta a antes del nacimiento de nuestra propia Patria, pues Don Domingo Olivera estaba casado con Dolores Piriz Feliú, quien estaba emparentada con el Virrey. Fue amigo de Hipólito Vieytes y luego integró el partido que defendía las ideas de Bernardino Rivadavia. Fruto de su matrimonio nacieron siete varones. Eduardo, Carlos, Nicanor, Pablo, Luis, Manuel y Ernesto. Se preocupó mucho por la educación y preparación de sus hijos a los que les repetía continuamente: «El hornero no mira al cielo», queriendo significar con ello que el éxito depende del esfuerzo personal. Nicanor, el mas agauchado de la familia, asimiló bien esas enseñanzas y en 1862, cuando contaba con 30 años de edad, acompañado por su hermano Luis, llega a estos parajes para poblar de ganado la estancia «Malal Tuel», propiedad de la familia. A pesar de la inseguridad que reinaba en la zona, donde aún quedaban resabios de indio y de la abundancia de gauchos «matreros», supo imponer su autoridad, a veces a punta de revólver y pronto organizó el establecimiento que desarrollando su actividad, no tardó en aportar beneficios y prosperidad a la familia y a la zona. Cuando en el año 1908 sus hijos Pablo, Adolfo y Domingo, decidieron lotear parte de sus tierras y proceder a su remate para la fijación de una población estable, en reconocimiento a su esfuerzo personal en beneficio del progreso de esta región, se decidió que el naciente pueblo llevara el nombre de «Nicanor Olivera».
Ese es un fragmento del libro mencionado, donde se narra como nace el nombre del pueblo y cómo surgen los nombres. Y en ese libro, como en el de los 50 años, o en el de los 75, hay datos y referencias históricas y verdaderas de nuestro nombre, de nuestro origen y de los hechos que se sucedieron o se sincronizaron para que lleguemos a hoy, 2019, donde todos, o la mayoría de nosotros, usamos La Dulce como nombre para nuestra localidad.
En estas épocas de redes sociales, donde todos tenemos en mayor o menor medida acceso a ellas, es muy fácil crear una fake news, una noticia falsa, o errónea. Muchas veces, sin intención de causar daño ni de tergiversar, incluso pueden ser hasta con buena fe. Pero con un error que luego se replica, se puede cambiar la historia. Y la historia es una sola. La historia no se cambia. O no se debe cambiar.
Desde el 2010, humildemente, escribo en esta página digital. Un poco porque es mi vocación, un poco porque somos noticia sólo cuando hay una muerte trágica, una inundación o un tornado y un poco porque creo que si no hay un registro de lo que sucede, se pierde la historia. Como dije antes, para el resto de los medios hemos sido noticia sólo si la noticia impacta. El resto de los días no existimos. Ahora, con miles de defectos y con muchas cosas por aprender, (hablo de mí) mal que mal, tenemos un registro de todas o de muchas de las noticias que suceden. Hasta aquí hemos llegado. Y estamos haciendo nuestra parte de la historia.
Vivimos en una época donde podemos enterarnos de las cosas que suceden por diferentes redes sociales, pero dentro de muchos años, cuando alguien necesite un dato de nuestro pueblo, desde el 2010 hasta quién sabe cuando, esta página servirá para conocerlos. ¿Qué pasaría si el día de mañana alguien se interioriza por alguien o por algo de alguna de las instituciones y quien brinda los datos los cambia? Por citar un ejemplo: Decimos que el nombre del Jardín de Infantes es Juan Pablo II. No le causaría ningún mal a nadie. Pero no es verdad. Y si no sabemos la verdad, debemos averiguarla, no tirar datos como si fueran ciertos. En esta página, van a encontrar el dato del nombre del Jardín. Y cuando nos preguntan datos sobre nuestra historia, tenemos que responder con datos reales. Y esos datos están excelentemente documentada en los libros que escribió Julio Maya para los 100 años de nuestra localidad y a la que hago referencia en el comienzo de la nota. Son dos tomos donde no se ahorran detalles y está nuestra historia narrada con profesionalidad y mucho respeto.
¿A que viene todo esto? A que si no sabemos quienes somos o de dónde venimos, perdemos nuestra identidad. Nuestra historia es una sola. Puede no ser la más romántica ni la mejor, pero es la nuestra. Y no se debe cambiar. No es cuestión de hablar por hablar y de dar datos porque si. Cualquier persona que llegue y que nos pida información, debe recibir datos fidedignos. Es hermoso saberlos, pero tampoco es obligatorio conocerlos. Por eso, si no los sabemos, no está mal buscar la información y facilitarla, o facilitarle a quien lo necesite el acceso a ella. En Fundación La Dulce están los libros de nuestra historia a disposición de cualquier persona que los solicite.
Para finalizar, quiero dejar un dato, que leído así al pasar, hasta resulta gracioso: La Laguna La Salada, no le da el nombre a la Estación La Dulce.
Deja una respuesta